Vi por las calles porteñas un póster de la marca "Ayres" en este mismo lugar... es hermoso reconocer un rincón del mundo y decir... ¡yo estuve ahí!
Esa tarde nos encontramos mirando la Gioconda en el Louvre... pensé que no lo volvería a ver... pero él estaba ahí, tratando de esquivar las cabezas de unos japoneses que se interponían entre el cuadro y su mirada. Lo reconocí de espaldas por la camiseta blanca y celeste, toqué su hombro y le dije al oído - ¡Pensé que ya te habías ido a Amsterdam! Se dio vuelta, me dio un hermoso abrazo, la gente nos empujaba, y la señora mona lisa inmóvil nos miraba con esos ojitos pícaros.
Cuando logramos salir del tumulto, me invitó a almorzar pan con queso camembert, ahí sentados en un pilar del Palais Royal, con sonido de violines...
Esa fue nuestra despedida.
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